Enumerar el largo catálogo de virtudes de esta exposición parece, ante la hoja en blanco, casi un cometido imposible puesto que se acumulan unas sobre otras haciendo difícil saber por dónde empezar.
Comienzo por el final: sólo por poder leer algunos de los testimonios que se recogen en el libro de firmas que está situado junto a los créditos de la exposición, a dos pasos de las escaleras mecánicas, merecería la pena que hubiesen montado todo este tinglado. Casi todos los mensajes que allí se recogen alaban el esfuerzo de Amanda y Mery Cuesta y su labor de documentación, rastreo y posterior intelectualización y presentación (algo admirable desde cualquier perspectiva, al loro curators). Entre los vítores escritos de adhesión se encuentran algunos señuelos (pseudografitis, dibujos instantáneos, poemas improvisados, chistes privados, gritos de lucha) y pequeñas (o enormes, depende de cómo quieras mirarlas) confesiones que parecen señalar que ése (el libro de firmas de una expo dedicada a los quinquis) es el único lugar que sus autores (y autoras) saben que pueden utilizar de tribuna para compartir sus historias personales, sus dolores anónimos. Si en un lugar así no soy escuchado dónde lo seré, parecen querer decir. Esas frases se convierten en la prueba viviente de muchas de las historias que se muestran a lo largo de esta magnífica exposición y convierten de un plumazo, a través de la tinta negra del boli huérfano, lo observado en realidad. Todo un sopapo en la jeta del visitante saliente.
Asimismo, estad al loro de las fotografías del trullo en blanco y negro que se pueden degustar en una de sus salas (verdaderamente perturbadoras): no sólo ya por las condiciones carcelarias que se vivían sino por algunas de las frases que en ellas se recogen (espero de corazón que la Luisa que se nombra en una de ellas pueda ver esta expo, sería un regalo sin precio posible). Y si tenéis la oportunidad y las ganas, empollaros a tope el glosario quinqui (una joyita deslumbrante y envenenada). No os sorprendáis si descubrís que utilizáis muchos más términos de esta subcultura de los que pensabais.
Atención especial merece también el top 12 quinqui recogido en el dossier de la entrada con Los Chichos en cabeza y la sala musical, la literatura generada por este fenómeno social y su imaginario poderosísimo y en el fondo, tan ingenuo y romántico.
Si os gusta el cine, os puedo asegurar que disfrutaréis como enanos recordando títulos malditos de nuestra filmografía (El pico, El diputado, Perras Callejeras, Colegas, Navajeros, Maravillas – cartel del impresionante Zulueta incluido) y observando a una Maribel Verdú jovencísima (y con mofletes, lo que hace la cirugía oye) montárselo en el rellano de una escalera. Y por cierto, que alguien invite a Fernando León de Aranoa a revisar esta colección de películas, a ver si se entera de una vez de qué trata esto de hacer cine social.
La expo está dividida inteligentemente en varios epígrafes: los barrios de los setenta (polígonos, paro y depresión), nuevas formas de ocio (los recreativos, los colegas, las drogas y el sexo), vía límite (el paro y la heroína), quinqui-stars (la mediatización informativa y los biopics cinematográficos con El Vaquilla y El Jero a la cabeza), el reformatorio, desde las azoteas veo la ciudad y la pervivencia del mito.
Cada una de estas divisiones engloba el fenómeno quinqui desde una perspectiva diferente y necesaria. Uno de los grandes aciertos de esta muestra es la complejidad narrativa que le da forma y la estructura, puesto que las comisarias (soy muy fan del trabajo de las Cuesta) no se quedan en el recurso facilón de la moda (aunque esos pantalones pitillo apretaos de culo-melocotonero y fardapaquetes omnipresentes sean arrebatadores, como poco), ni del maquillaje, y el approach generalizado no entronca en absoluto con la firma de la revista de tendencias que entrona mensualmente un nuevo look, lo cual es de agradecer. Por el contrario, el acercamiento penetra con profundidad en el fenómeno quinqui desde toda la variedad de ángulos posibles (haciendo de la estética uno más): desde el social hasta el puramente yonki, desde el carcelario hasta el masivo uso maniqueo y manoseado de su figura como enemigos públicos, desde el político hasta el actual.
Un consejo: ve a ver la expo con tiempo, pasea con tranquilidad y curiosidad infantil entre las diversas salas, empápate de que lo que en ellas se cuenta. Detente a leer las explicaciones. Siéntate en los pufs negros y contempla los clips de las películas y las fotografías. Merece la pena que dinamites una tarde entera de tu existencia en el CCCB barcelonés. No deja de ser esta exposición una historia plagada de componentes que conoces de sobra (gracias por rescatar los fanzines originales con trabajos inocentes de los hoy encumbrados Mariscal y Cesseppe, entre otros, y las portadas y revistas originales de la época y devolvernos El Caso y su periodismo tremendista), rebosante de millones de pequeñas referencias que sigues utilizando hoy en día, mucho más de lo que quizá estés dispuesto a admitir: después de todo el fenómeno quinqui y la rumba callejera son parte de nuestro adn histórico (al menos de mi generación, la nacida en los últimos setenta). Mientras nosotros crecíamos, la picaresca, la patilla y la jeta se juntaron con el paro y la heroína y la resaca de décadas de represión y dictadura y el misil resultante fue mitológico, llevándose por delante en primer lugar a los protagonistas del mismo. Y eso marca, quieras o no. Aunque no lo hayas vivido de cerca.
No te asustes si durante el recorrido te emocionas. La poesía canalla, calorri y callejera es así: pura pasión, además de otros complementos tóxicos. Estos jóvenes que parecían dejarse el alma (algunos de manera equivocada, como tristemente probó la historia) y las pelotas (y el coño, que también había mujeres) en cada cosa que hacían, fueron hijos de su tiempo, como nosotros lo somos del nuestro. Y se adaptaron a la situación que encontraron, nunca sencilla, como nosotros. Ni mejor ni peor.
Todo esto para los de Barcelona, en donde la expo estará hasta el 6 de Septiembre. Los de Madrid podréis verla a partir de otoño en La Casa Encendida. Eso ya puede ser la hostia, espero que se revolucione la capital.
Y sí, lo habéis adivinado, ya me estoy descargando los grandes éxitos de Los Chichos y Tijerita en el emule. Este verano no pienso escuchar otra cosa.
Quinquis 80 CCCB
T: Javi Giner
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