Laurel Halo no es nueva en la ciudad, aunque parece que este Quarantine, su nuevo disco, es lo que hará que se mude definitivamente a primera línea de la electrónica más experimental.
Ina Cube o Laurel Halo, no importa el nombre para referirse a esta interprete cuya música también resulta difícil a la hora de buscarle apelativos. Son un par de años publicando material con diversos sellos. Reconocida a pequeña escala gracias a su reinterpretación de la música techno, es ahora que apaciblemente deja de lado la pista de baile cuando empieza a escribirse su nombre con grandes letras luminosas.
Tras varios EPs, Quarantine puede considerarse su disco debut. Espíritu ambient y cierta ejecución cercana al pop, aunque resulte una experiencia inmersiva de aproximación no necesariamente confortable, al menos a primeras. Pero vayamos por partes, por un lado tenemos un talento musical fraguado a la tradicional: Halo creció en Ann Arbor, cerca de Detroit, y toca el violín, el piano y la guitarra. Esto se nota en cierta intencionalidad estructural de corte clásico, aunque el resultado final acabe encontrándose más cerca de la ciencia ficción. Y es que por el otro lado tenemos el uso sugestivo de herramientas digitales, la radiación de los sintetizadores y la discordia en lo descompasado de sus cajas de ritmos; Laurel Halo esquiva conscientemente lo fácil.
Lo que sale de este proceso de gestación no son facilonas líneas resolutivas, los cortes de Quarantine requieren de la destreza auditiva del oyente, ya que por lo general sus canciones se resuelven en suspenso. Destaca irremediablemente el lirismo alienígena de Carcass, construida desde la brutalidad digital. Le sigue Holoday, tosco amasijo de lemas publicitarios y trompeteos vocales; y el guiño contemporáneo Nerve, donde el soniquete intento de conexión termina evidenciando la descomunicación contemporánea. En general los temas tienen una intencionalidad clara de generarnos el sentimiento de que nos hemos perdido, y que de algún modo llegamos a desconectar con la realidad, y es precisamente aquí y en lo bello de esa incertidumbre donde se concentra el placer que supone escuchar las golosinas posmodernas de Laurel Halo.
T: James McSherry
Rocket Magazine Barcelona
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