Oscar Wilde es, junto a Shakespeare, uno de los escritores más adaptados al cine y Dorian Gray es su personaje estrella, que ahora, tras haber tenido su versión cinematográfica en clave de film de época, de terror y drama, nos llega como un thriller muy cercano al público joven.
Y es que Oliver Parker presenta un Dorian Gray (Ben Barnes) atractivo, con rostro de adolescente, casi frágil, culto, refinado, con ganas de cultivarse, pero que se siente peligrosamente fascinado por la opulencia, el riesgo y el exceso, hasta tal punto que prefiere dejarse llevar por los impulsos de la juventud y desear mantenerla eternamente pase lo que pase mientras su autorretrato no solo enveje si no que se corroe y degrada igual que su alma.
Y es en esto en lo que se centra el film, en los excesos, los vicios, las fiestas y el hedonismo de Gray, dejando de lado la esencia de la obra, la critica a una sociedad hipócrita que vive de cara a la galería, pero presentando a un Dorian ambiguo que fascina y atrae al espectador pese a que es consciente de la atrocidad de sus actos. Un protagonista pues, más cercano al público adolescente que inunda las salas que el retratado y profundo y reflexivo que presentaba Wilde.
No se le puede negar al film una gran cuidado por la ambientación y la capacidad de Barnes por darle al personaje ese halo misteriosos y atractivo con un toque inocente que requiere este Gray y la película para que se encauce por el thriller contemporáneo que se va vaciando poco a poco de contendido y de emoción para convertirse en una sucesión de fiestas y excesos de época que resultan vacíos como el alma de Dorian, lo que aleja al espectador del film y del personaje ya que no ve su sufrimiento, sino que ve como se divierte. Todo ello, provoca que, finalmente esta nueva versión de El retrato de Dorian Gray resulte fría y distante.
Es una lástima que una película que empieza dando una versión más juvenil del clásico quede tan alejada de su interés y del resto de los espectadores.
T: Joan Colás
