Al terminar de ver esta película me preguntaba en silencio (aún emocionado como un niño por su último plano), qué sería de esta historia si no hubiese contado con las interpretaciones que la sustentan, plano a plano, frase a frase.
Lo cierto es que Tom McCarthy llevaba algunos años ya alejado de las cámaras (por detrás porque por delante ha participado como actor en varios títulos), desde que en el 2003 nos regalase aquel bombón excéntrico de sensibilidad posmoderna indie, que se llamó «THE STATION AGENT» (y desde aquí reivindico cadena perpetua para el que decidió su título en España: “Vías cruzadas”), una mezcla irresistible (creo recordar) de road movie sin ruedas, western de emociones y personajes inclasificables. He puesto entre paréntesis “creo recordar” porque la vi en su momento y no la he vuelto a revisar y de lo único que me acuerdo es del poster (una caravana con sombrilla multicolor) y del enano que salía (que si no me equivoco es el mismo enano cocainómano y putero – nunca nadie de esa estatura había estado tan grande en una película – de “In brudges”).
En “The visitor” se va a otro terreno: el del naturalismo más trash, el del realismo neoyorkino de aceras grises y lluvia omnipresente en el que los personajes están encajonados en edificios de pesado cemento (maravillosos los planos de los paseos del protagonista por Queens), casi tan pesados y claustrofóbicos como sus vidas. Película de encuentros, emociones soterradas, secretos e injusticias, de vínculos que se forman por pura necesidad o por pura casualidad, de anhelos de comunicación y comprensión, con un hondo calado espiritual (de hecho a mí lo que menos me funciona del cocktail es ese tufillo neojipi del film), The Visitor cuenta la historia de un hastiado profesor viudo que en un viaje a Nueva York se ve sorprendido cuando al entrar en su apartamento descubre que éste ha sido alquilado a una pareja de inmigrantes ilegales. Como un visitante en su propia casa (de ahí supongo que el título de la película), comenzará a establecer una relación de amistad con ellos y con la madre del chico a través de la cual, este hombre solitario y taciturno, certero pero inseguro, este zombie en vida, volverá poco a poco a descubrirse y a vivir. Y sí, a tocar el tambor también, pero lo del tambor (de esto sí que estoy seguro) es una metáfora para que entendamos el recorrido del protagonista.
Los actores secundarios (con esa “Angela Molina” llamada Hiam Abbas y su fragilidad de madre resignada a la cabeza) están soberbios y la historia está contada con resolución y ausencia de efectismo (que es de agradecer). Es una película construida desde la verdad de sus medios y planteamiento, pequeña, estructurada en torno a silencios y detalles (lo más difícil de levantar en el cine para uno que escribe: los silencios y los detalles) que habla con rigor y sin sentimentalismos acerca de las elecciones afectivas que hacemos, la soledad que experimentamos y los miedos que dinamitan nuestra existencia.
Pero si algo puedo decir de esta peli, es que pertenece total y absolutamente (estoy rendido a sus pies) a ese actor de personajes secundarios que has visto mil veces (en series y películas de todo tipo) cuya cara reconoces de sobra pero cuyo nombre no te dice nada: RICHARD JENKINS. ¿Por qué los actores secundarios de pura cepa dados la oportunidad de lucirse en papeles protagonistas de todas a todas los bordan? Lo que hace este hombre en esta película (no sé por qué, porque no tienen nada que ver ni la película ni los personajes, pero el Jenkins me recordaba continuamente al Tommy Lee Jones de “En el valle de Elah”, quizá sea la maestría con la que dominan las miradas ambos actores) es de dejar perplejo. Es de esas interpretaciones que se meten por debajo de la piel, de esas encarnaciones en las que no puedes separar al actor del personaje porque se hacen uno desde el minuto cero. Es una interpretación callada, humilde, veraz, cero estrambótica, en las antípodas de los “pasotes de rosca” y aspavientos pajeros a los que nos tiene acostumbrado la mayor parte del cine en el que el componente político de crítica social tiene importancia. Es un trabajo desnudo, a tumba abierta, y el resultado es sencillamente magistral.
Y si no, ved la película y estad atentos a la secuencia de la cena donde él, mirando fijamente a los ojos de ella, reconoce en un susurro quebrado que sí, que es cierto, que lleva más de media vida haciendo nada, pretendiendo. Antológica esa mirada, sí señor. A eso es a lo que yo llamo bordar una secuencia. Y de paso, saber actuar.
T: Javi Giner
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