Estas dos palabras son las que definen Malditos Bastardos.
La nueva película de Quentin Tarantino es mucho más que referencias a películas sobre la II Guerra Mundial realizadas en el pasado, sino que es todo un canto al poder del cine como herramienta para cambiar la Historia.
El cineasta nos cuenta de nuevo, tras Kill Bill y Death Proof, una historia de venganza. ¿Sólo una? Bien, por un lado está la historia de Shosanna, una joven judía que decide tomarse una venganza de lo más estudiada y poética que se haya podido ver jamás en pantalla y que la lleva a coquetear con sus enemigos. Luego están ellos, los “malditos bastardos” que dan nombre a la película un grupo de soldados americanos judíos. Un grupo de radicales dispuestos a arrancar cabelleras y reventar cabezas como, cuando y donde sea. Este grupo está dirigido por Aldo Raine, un teniente procedente de Tennessee cuyo único objetivo es otorgarle a su tropa lo que ellos merecen, satisfacer sus ansias de venganza. Es decir, Aldo Raine es, de algún modo, Tarantino, quien parece ofrecer a los judíos la venganza que nunca se pudieron tomar, la matanza que siempre desearon. Asimismo, Aldo y sus bastardos tienen una verborrea impresionante, tienen unos diálogos surrealistas y encima intentan aparentar saber idiomas cuando sólo conocen (que no dominan) el inglés, lo que provoca grandes momentos cómicos.
Aunque si un personaje destaca por encima de todos es el de Hans Landa. Un nazi al que el público acaba admirando. Domina, el inglés, el alemán, el francés y el italiano, para poder entenderse con todos los pueblos dominados y aliados. Controla cada detalle de la situación, tiene una lengua sagaz y resulta tan despiadadamente cruel como cómico. Y si este personaje puede resultar tan atractivo es gracias al actor que lo encarna, un Christoph Waltz en estado de gracia que sabe expresar con un siempre gesto todo el poder de sus palabras y de su personaje.
El único pero que puede haber es que Tarantino, como Aldo, parece dejar campar a sus anchas a sus bastardos y alejarse, a veces, de la historia. Lo que puede provocar que determinado público se pierda y crea que le falta cuerpo a determinadas tramas, ya sea la historia de amor entre Shosanna y Zoller como el origen y las acciones de los “malditos bastardos”. Pero nada más lejos de la realidad. No es que Tarantino presente una película bélica y no sepa que hacer con ella, sino que, como siempre, bebe de sus fuentes para destruirlas, desde el más sincero respeto tal y como hacían sus admirados directores del cine moderno. Los personajes, como siempre, se perfilan a través de sus diálogos (banales o trascendentales) no por una explicación prolongada en pantalla que a lo único que ayudaría sería a ralentizar la historia y hacerla pesada y nada cinematográfica.
El director posmoderno por excelencia recuerda que gracias a su cultura de videoclub conoce y entiende de películas, tanto que sabe como hacer cine en mayúsculas y que además fascine al público. Los diálogos y las largas tramas de 30 minutos de verborrea son solo el preámbulo fantástico y dinámico que lleva poco a poco al climax final y que logra dejar al espectador boquiabierto, pegado a la butaca con la mirada clavada en la pantalla y con la adrenalina al máximo.
Tarantino vuelve a decirle al mundo que es uno de los mayores y mejores amantes del cine, un director tan fiel y entregado que realiza una película bélica en el que el cine es el mayor y (casi) único protagonista.
T. Joan Colas